Noviembre
tiene 30 días, esos fueron los días que estuve llamando a Vanesa
todas las noches a la misma hora, 20:45. No desistí. A veces me
colgaba, otras me hablaba su buzón Movistar.
Hoy
era 1 de diciembre. El mes más añorado del año se estrenó en
Madrid con una lluvia torrencial. Se supone que hoy debería de estar
feliz. Dentro de unas semanas empieza las Navidades, y a mi
personalmente me encantan, me encanta reencontrarme con mi familia.
Me encanta ir con mi hermano José a comprar los regalos de Reyes de
mi hermano chico y los de mis padres. Me encanta reencontrarme con
los míos, volver a Sevilla y Algeciras y dejar de ser por un tiempo
“Malú” la artista, la cantante.
Hoy
debería de estar así, pero no. Hoy no. Hoy la volví a llamar y
como casi siempre me volvió a colgar.
Revisé
la habitación en busca de mi chaqueta e ir a su casa. Cogí las
llaves y en 15 minutos estaba aparcando en la calle de abajo.
Cuando
llegué a su puerta, me miré en el pequeño espejo que lleva el
ascensor. ¡Voy calada hasta los huesos! Y mis pintas... ¡Oh Dios!
son de lo peor. Pero no hay vuelta atrás, aquí estoy, nadie me va a
parar.
Toqué
el timbre dos veces, el último lo alargué un poco más.
Desde
fuera se podían escuchar perfectamente los pasos de Vanesa caminando
hacia la puerta.
Oí
el giro de llaves y todo mi cuerpo comenzó a temblar cual flan.
Silencio.
Fue el único quien se atrevió hablar.
-Hola...-
Susurré a punto del desmayo.
-Malú...
-¿Por
qué no me has cogido el teléfono?.
-Malú...
¡Bien!
Se sabe mi nombre...
La
miro queriendo buscar de ella otra palabra que no sea mi nombre.
Extendí mis brazos y se dio cuenta que parezco un mocho recién
escurrido.
-Pasa,
estas calada.- Se apartó cediéndome su casa para entrar en calor.
Yo,
como un pequeño cordero, obedezco, la sigo. Me dice que entre al
salón y me acomode. Cuando me siento en el sofá, se me pone la piel
de gallina. El pequeño salón de apenas unos 5 metros esta caldeado.
Vanesa camina a paso ligero con un par de toallas.
-Toma...-
Dijo sin más. Se sentó a mi lado con la mirada fija en mi. Solo
supe sonreír. A estas alturas creo que se me ha olvidado hablar.
-¿Te
quieres duchar?.
-No,
no voy tan mojada.- Me quité la camiseta y el sujetador.- Con
secarme un poco sobra.- Extendí una de las toallas y la puse sobre
mis hombros. Ella me imitó, cogió una toalla y la puso sobre mi
pelo. Suavemente comenzó a frotar la toalla sobre mi cabeza.
No
tuve duda, y me deje hacer. Dejé mi cuerpo muerto para facilitarle
el trabajo. Solo puse mis brazos sobre mis hombros, cerré los ojos y
me deje llevar.
-Vane...-
Resoplo. Ella no dice nada, pero me puedo imaginar su cara.- Yo solo
quiero hablar contigo.
-Habla.-
Me revuelvo al oír su tono.
-¡Así
no!.- Levanto la cabeza y todos mis pelos alborotados caen por mi
cara. Vane suelta una carcajada y yo intentando no reírme y que me
tome enserio, prosigo.- Quiero hablar y que me escuches. Y que hables
tu también... Sobre todo eso... Que hables.
-Pues
tu dirás...- Se acomodó apartando los cojines que habían en su
espalda y sonrió ampliamente.
-Yo...
Tú...- Sacudí mi cabeza en busca de la frase perfecta. Vanesa clava
sus ojos en los míos y la sonrisa de antes se esfumo. Esta seria y
eso me inquieta.
-Necesito
saber si tu me ves y me sientes de la misma manera que te veo y te
siento yo...- Sigue con el mismo rostro de antes, pero esta vez creo
que ni parpadea.
-Vane...-
Aparté varios cojines tirándolos hacia atrás. Fui acercándome
hasta que ella me paró.
-Un
momento... Mejor hablamos mañana, ¿vale?.
¿Como?
¿Perdona? ¡No quiero hablar mañana!
Quiero
revelarme y decirle que no, que tiene que ser ya.
Pero
me dejo caer bajo su poder de convicción y le digo que si, que mejor
hablamos mañana...
Me
lleva hacia su cuarto. Me quedo observando toda la habitación. Tiene
3 guitarras, un piano, y un escritorio lleno de folios con frases y
tachones. Ella me mira con la misma cara de antes.
-¿Así
es como compones?.- Señalo la mesa intentando quitar un poco de
hierro al asunto. Vanesa sin cambiar el rostro se encoje de hombros.
¿Me tengo que dar por contestada? Parece que sí... Me aparta la
mirada, lo único que hace es tirarme una camiseta a las manos. La
miro, la abro, tiene pinta de ser de hombre, es súper grande.
-¿De
quién es?.- Pregunto mientras me la pongo.
Ella
sin mirarme, responde:
-De
mi hermano.
Al
cabo de un rato, cuando creo que se le ha pasado un poco este pequeño
mal trago, Vanesa abre la cama y me hace un gesto para que me meta en
ella, yo obedezco, ¡como para decirle que no!.
-¿Vas
a dormir aquí conmigo?.- Pregunto al verla sentada al otro lado de
la cama.
-¿Donde
quieres que duerma?.- No puede sonar más borde porque no quiere...
Luego me lo dicen a mi...
Antes
de meterse en la cama, saca un CD del primer cajón de la mesita que
tiene enfrente y camina con el hasta un pequeño equipo de música,
cuando lo pone inmediatamente reconozco esos acordes y esa voz, es
“Heaven” de Bryan Adams. Sonrío y antes de que pueda preguntar
algo se adelanta.
-No
puedo dormir si no tengo algo de fondo... No sé... Mi abuela solía
cantarme de pequeña para que me durmiera, supongo que esa manía no
me la puedo quitar...
La
miro con ternura y se me vuelve adelantar antes de poder decirle que
me parece fantástico dormir así. Parece que Vanesa vaya dos
segundos por delante mía.
-La
puedo quitar si quieres.
-¡NO!
No la quites, no me molesta para nada.- Vane sonríe aliviada y...
¿He dicho sonríe? ¡Oh Dios mio! ¡Estoy por llamar a los de la
discoteca del barrio para montar una fiesta por ello! ¿Tan mal
le ha sentado que me sincere con ella? Me da vértigo pensar que es
lo que puede estar pasando ahora mismo por su cabeza.
Horas
después, cuando pienso que toda la guerra ha acabado, me despierto
por la culpa de una luz clarita que entra por la puerta.
Me
paso las manos por la cara mil veces, miro para mi derecha y Vanesa
no está. Con delicadeza salgo del cuarto y me la encuentro en el
sofá con su perro. Ella me mira con la misma cara de casi siempre.
Me da miedo el preguntar, me quedo quieta, parada, apoyada en el
marco de la puerta de brazos cruzados.
-Para
dormir conmigo hay que tener un manual de primeros auxilios al
lado... Me muevo muchísimo. - Se levanta y mientras camina
prosigue.- No quiero hacerte daño...
¿Esto
último lleva doble sentido? Quiero contestar, formo miles de frases
en mi mente que suenen bien y no quedar de idiota delante de ella,
pero no llego ni a vocalizar.
-No
te preocupes...- Se frena a escasos centímetros de mi.- He dormido
fenomenal con Pongo.- Sonríe y acaba convenciéndome, y no sé si lo
hace porque su argumento realmente me ha convencido o simplemente
porque me ha sonreído y he sentido como si el mundo se parara de
golpe.
-¿Has
dormido bien?.- Pregunto. Ella asiente sin quitar la sonrisa. Me
siento falta, la he echado de su propia cama sin saberlo.
-Tú
deberías de estar durmiendo...- Me quedo tan prendida de su mirada
que realmente no la estoy escuchando.
El
corazón se me va a salir del pecho.
-Malú...
¿Me estas escuchando?.
-Si,
si... Claro... Claro...
Vanesa
da un paso hacia delante, queda tan cerca de mi que su olor enseguida
inunda mis fosas nasales y cuando pienso que estoy apunto de un
infarto, Vanesa mete una de sus manos por mi espalda. Cierro los ojos
y sonrío como una tonta. Pero todo se derrumba de golpe cuando oigo
el picaporte y siento la puerta abrirse...
-Vamos...-
Susurra, me coge de las caderas y suavemente me gira.
Hago
otro intento, me vuelvo a girar, y le propongo que duerma conmigo,
pero como era de esperar dijo que no.
Antes
de entrar de nuevo a la habitación le doy las buenas noches, ella no
me contesta, solamente, se gira y me sonríe. Y
haciendo balance, creo que nunca me habían
dicho "Buenas noches" de una manera tan bonita.
Cuando
amanezco me doy cuenta que estoy sola en la casa. La poca luz que
entra por la persiana me ciega. Apoyo mi espalda al cabecero y me
encuentro una nota encima de la cama. La abro con cuidado.
“He
tenido que salir, puedes coger todo lo que te apetezca de mi casa.
PD:
Te veo y te siento, aunque intento no hacerlo, pero a veces me lo
pones muy difícil"